OTVORENA VRATA TRAMITES
Una página de Facebook
que ofrece servicios para el recién llegado a Croacia: certificados de nacimiento y defunción, trámites de residencia, situación del cónyuge no croata, búsquedas genealógicas y de familiares.
EL GENOCIDIO DE BLEIBURG, un libro que
pone en evidencia la matanza más grande que sufrieron los croatas en toda su
historia. Sucedió al terminar la II Guerra mundial, cuando los partisanos de
Tito, con la complicidad de cierta parte del comando inglés masacraron a un
número no determinado de croatas y eslovenos– algunos historiadores llegan a
hablar de 600.000 víctimas de todas las edades.
Estos crímenes fueron absolutamente
silenciados durante todo el período comunista, de manera que aún hoy hay quien
desconoce absolutamente estos hechos, hay quienes los niegan y hay quienes no
saben qué fue de sus padres y abuelos. En el libro están muy presentes los
estudios del conde Nikolai Tolstoy, que dedicó 30 años a este tema con las más
de una dificultad y más de una persecución. Las innumerables fosas comunes que
se fueron descubriendo a través de los años y continúan descubriéndose hoy,
confirman aquello de que el cementerio más grande de los croatas está en los
campos y minas de Eslovenia. Sin cruces ni señalización alguna.
¿Cómo fue posible? ¿Qué sucedió
realmente? ¿Cómo es que no hubo nunca un Núremberg para estos horrores?
Con mapas explicativos de las rutas que
obligaron a seguir a las víctimas y fotos de entonces y ahora, el libro intenta
mostrar y explicar esta parte de la historia, importantísima para la identidad
croata.
Carmen Verlichak Vrljicak tiene
publicados unos 15 libros, la mitad de ellos con temas croatas; entre ellos Los
croatas de la Argentina, En el nombre de Tito, Croacia, cuadernos de un país.
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Rincón gaucho Elecciones en el pueblo, un clásico |
http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/elcampo/nota.asp?nota_id=723569 |
Los antagonismos entre vecinos cubrían todos los planos: el truco, el fútbol, los amores, la religión y la política |
Había elecciones en la capital y, por supuesto, también se celebraban allí, en el pequeño caserío a la vera de la vía de trocha angosta, a metros de una estación que parecía de juguete y tenía malvones rosados y un cuzco ladrador. A unos cincuenta pasos, el Almacén de Ramos Generales ostentaba enorme cartel aun cuando los ramos en cuestión fueran pocos: papas, arroz, cebolla y, claro, yerba, damajuanas y ginebra. A no ser que jugar al mus y chimentar fueran parte de los ramos. Más allá del mentado generales, esto es, del boliche, digámoslo abiertamente, estaba la escuela, ese año una vez más escenario del comicio. Todos sabían -todos- a quién votaría el viejo Carmelo, no por nada el patrón de El Mangrullo le tenía tanta simpatía; tampoco era una duda a quién votaría la Teresa y el Antonio. Y era una certeza que doña Rosa -la que tanto añoraba al líder y sobre todo a la esposa de éste, su adorada santita- caería más bien a última hora. Los dos fiscales, compadres y antagonistas eternos en el mus y en el truco, habían peleado en esa misma escuela por el amor de la maestra, así como luego por algunas niñas. Y por religión, en discusiones de órdago acerca de la justicia o no de la existencia del limbo. A veces ganó uno y otras la taba se daba vuelta. Hoy eran perdedores alternos en política y en fútbol, ese género especial de la vida que tantos nervios les producía, ya que aparte de los equipos nacionales tenían sus simpatías zonales. Por eso uno era ferviente de La Gloria y el otro alentaba a Juventud Unida. Ellos se chichonearon tanto como se necesitaron. Siempre. Y, hoy, allí estaban una vez más haciendo de fiscales. Toda vez que aparecía el viejo Flores u otro de esa edad con medallón y rastra traían el mismo chiste del pasado. "Hoy no votan los conservadores, vuelva el lunes." O atormentaban un rato a quien pudieran. "Usted no puede votar, doña Ulogia, no ve que el documento dice Eulogia." Esto demoraba la cuestión mucho tiempo, y eso estaba bien porque lo que sobraba era tiempo para llegar al recuento de votos. Como dijimos, las incógnitas eran pocas, poquísimas, casi se reducían a una y, en eso, los fiscales se ponían absolutamente de acuerdo. Mientras uno miraba de reojo el camino a la iglesita barroca, el otro marcaba con un punto el sobre del cura para constatar luego a quién había dado el voto. El presidente de mesa miraba convenientemente el techo. Como los curas eran cambiados a menudo, así sucedió siempre que hubo elecciones en aquel pueblito bonaerense de cuyo nombre no podría olvidarme. Por Carmen Verlichak Para LA NACION |